Relato de Lucas. Estudiante de segundo semestre de la Licenciatura en Educación Física de la Universidad de Antioquia. Viaje 2017-1. Crónica de su paso por las calles de Medellín.
Había una vez un domingo que se despertó gris y con ganas de llorar, no sé por qué. Yo en cambio sí lo recibí con un hambre de aquí a la luna, tampoco sé por qué; pero bueno, el hambre me lo quité con un huevo revuelto y dos tajadas de pan de avena con miel de abejas y un vaso de jugo de naranja del “De 1”. Después del desayuno, la ducha y la empacada de la maleta, no necesariamente en ese orden, arranqué en mi bicicleta con rumbo a la universidad, en donde me esperaba el resto de compañeros, listos para salir a navegar por los rincones ignorados de una ciudad asmática que apenas puede respirar. La mañana aún era fresca, el viaje en bici a la universidad fue bueno y ni se diga de la mona de indumentaria morada que trotaba por la ciclo-ruta de la 65, estaba más buena que la pizza de anoche; ni siquiera me dio rabia que ocupara uno de los carriles asignados exclusivamente para bicicletas, antes le agradecí por tan bonito detalle de llevar un top que mostraba su espalda, adornada con pecas a la altura de sus hombros. Llegué a la universidad en una pieza, gracias a la bendición que me dio mi mamá antes de salir de la casa y con el espíritu por las nubes, que por alguna razón se mostraban moradas a la luz de mis ojos. La mayoría de compañeros ya estaban expectantes, reunidos alrededor de un árbol de mangos que no tenía mangos. El profe llegó poco después de mi y nos sentó a todos en un murito, quedamos como formando una herradura pero con esquinas… contándonos el objetivo del viaje; para qué nos íbamos a montar todos en esa nave y por qué íbamos a rodar por la ciudad bajo esas nubes moradas que no daban tregua, que amenazaban con estallar en llanto en cualquier momento.
La comuna 13 fue nuestra primera parada, llegamos a una cancha de arenilla que apenas despertaba con las voces de chicos que cambiaban sus vestiduras en una calle contigua; se vestían de verde, de ímpetu y de esperanza, dejaban a un lado sus problemas y angustias para compartir con sus pares un momento saludable en una cancha de fútbol lejos de las plazas, de sus barrios y casas. Esta cancha se convierte entonces en una pócima mágica para la mayoría de jóvenes que ahí juegan, un lugar en el que se cambian pesadillas por sueños de campeón de la Liga Águila y una casa nueva para la cucha. En las tribunas de esta cancha un solo espectador, un madrugador que salió a caminar para no hacer mucho ruido en casa mientras los demás aún dormían, y se encontró con un enfrentamiento entre verdes y azules, y ahí se quedó, en la fría tribuna de cemento, en su cabeza, perdido en un partido que no ofrecía muchas emociones a los que miraban desde afuera, únicamente a aquellos que calzaban guayos y medias blancas hasta las rodillas.
La nave volvió a prender motores y los 30 investigadores… tomaron asiento en ella para continuar su expedición. El sol nada que asomaba pero igual nosotros ya habíamos entrado en calor; la gente pedía música desde sus asientos y el piloto nos regaló un reggaetón, alegría para muchos y desgracia para otros; gracias a Dios por las ventanillas y los ojos de investigador que se perdían en una ciudad que se iba llenando poco a poco de caminantes que llevaban una hoja de palma en sus manos, para celebrar la muerte y resurrección de aquél que lavó nuestros pecados, según proclaman algunos ricos mentirosos que construyeron su “humilde” imperio por los lados de Roma. Por los lados de la comuna 13 hay unas escaleras eléctricas que fueron donadas por los japoneses ya que a nuestro gobierno apenas le alcanza la plata para sostener las fincas de nuestros líderes, así que una limosnita por favor y arigato. Estás escaleras fueron nuestra segunda parada. Antes de comenzar nuestro ascenso, nos cruzamos con una placa polideportiva que era observada desde la puerta de una casa por un niño en chanclas que pisaba un balón desinflado, es que en la comuna 13 hasta el aire es escaso. Lo invitamos a jugar y el niño no lo dudó, saltó inmediatamente a la cancha con sus chanclas y con su balón, y así jugamos hasta el dos - dos. Comenzamos nuestro ascenso por las empinadas calles del barrio al encuentro con las escaleras; a medida que avanzábamos, los muros y las paredes se llenaban de colores y fantasías, en cada esquina estaba el sueño de un artista que intentaba transmutar la violencia de su hogar a través de un spray y un pincel. A esta hora de la mañana ya habían señoras barriendo la entrada de sus casas y señores tomando tinto (cerveza en el caso de los más osados) en las tiendas del barrio, mientras hablaban con un vecino y esperaban a sus señoras que venían de ramo en mano dispuestas a caminar detrás de un muñeco, quien sabe por cuánto tiempo. Taparon las escaleras, con techo y todo para que la gente no se electrocute cuando llueve. Color naranja era el techo y parecía el núcleo de una onda circular, como cuando uno tira una piedra a un lago o a una piscina y las ondas circulares se expanden. En el caso de la 13 estas ondas son de todos los colores y dejan su alegría plasmada en las paredes, en un intento por cubrir el dolor de guerras pasadas y de mostrarse linda para cuando van los monos con dólares en los bolsillos y cámaras en sus manos; las ondas se expanden colina arriba y colina abajo, hasta llegar a lugares más llanos donde habitan gentes más conservadoras que aborrecen el grafiti y los muros de colores, entonces la onda se desvanece.
Siguiente estación: Manrique y el parque de Guadalupe, ocupado por canchas de microfútbol y de basket, por columpios y tolditos que venden gaseosa y mecato. Las canchas ocupadas por los más jóvenes y fuertes, que juegan cinco contra cinco y gastan cerveza al equipo ganador; los tolditos y las bancas aledañas las ocupan los más adultos y sabios, que se la pasan tomando tinto y viendo pasar gente, hablando del pasado y del presente, opinando de fútbol y del presidente: Santos triple hijueputa. Los columpios se balancean con niños alegres que juegan a tocar las nubes con sus pies, también con los versos de amantes adolescentes que suben al cielo y vuelven con una sensación en el estómago que al parecer solo desaparece con un beso. Además está el solitario, sentado solo en una banca mirando pal frente, clavado en sus pensamientos comiendo mango con limón y sal, pero ni el limón ni la sal, ni nadie en ese parque, parece tocarlo, su expresión es plana, como si hubiera parqueado el cuerpo ahí para dejar este mundo material con sus partidos de micro y sus viejitos tomando tinto, para irse a volar quien sabe a dónde, ojalá a lugares bien bonitos donde el sol se muestra desde las cuatro de la mañana hasta las nueve de la noche, que en ese lugar serían de la tarde.
Capítulo tres: el Balcón de los Artistas. Pues la verdad el balcón no es muy grande, ni tampoco los dos salones de baile, pero la labor que allí se desarrolla es inmensa. El balcón del artista es un espacio para que bailen las almas, allí transforman el dolor, la alegría y el sufrimiento en movimiento, por lo general al ritmo de la salsa. Los niños del balcón cantan con su cuerpo, a moco tendido como dicen por ahí. Con sus cuerpos cuentan sus amores, sus penas, sus sueños; se muestran transparentes y se rinden al mundo entregándolo todo, nos dicen: vea, este soy yo, vengo del barrio La Cruz y me llamo Jonathan, no le tengo miedo a nada porque me muevo con el viento, simplemente me dejo llevar por él confiando ciegamente en sus corrientes; con lágrimas y sudor lavo mis penas para poder cruzar las puertas del paraíso, es que para entrar allá hay que lavarse primero.
Por último la nave hizo una parada en el circo de Medellín, a orillas del Cerro Nutibara. Aquí le celebramos el cumpleaños a Manuela y recreamos la tarde disfrutando de cuerpos ágiles y flexibles, fuertes y expresivos, ligeros. Al que le alcanzó la plata comió crispetas durante el show mientras que el resto lo pasamos con el agua del vecino. Aprendimos otras formas de educar el cuerpo, a través de las piruetas y los malabares, del baile, de la música, sin necesidad de un balón.
*Como piedras rodantes
Compartimos el mismo anhelo compartimos el mismo cielo compartimos el mismo tiempo y el mismo lugar. Fuimos parte de la misma historia íbamos en la misma prepa yo siempre fui una lacra y tu eras del cuadro de honor.
Coro: las piedras rodando se encuentran y tu y yo algún día nos habremos de encontrar mientras tanto cuídate y que te bendiga dios no hagas nada malo que no hiciera yo.
Encendimos el mismo fuego competimos en el mismo juego compartimos el mismo amor y el mismo dolor. La vida nos jugó una broma y el destino trazo el camino para que cada quien se fuera con su cada cual. Coro
De Alejandro Lora Serna (1994)